Analisis de "Los Cachorros", de Mario Vargas Llosa

Al leer los textos críticos sobre la producción ficcional de Mario Vargas Llosa, lo que se percibe es su fabuloso mundo de creación. Marcada, muchas veces, por la cuestión biográfica[1], como apunta Juan Carlos Onetti en el texto “Estructuras Sociales” (p. 156 y 157), la escritura del peruano borra su imagen de personaje, o mejor, como menciona el crítico, “si Vargas Llosa habita su obra, es sólo después de fragmentarse más allá de toda posibilidad de reconocimiento singular”. Además de esta cuestión, y de un análisis general de las obras del escritor, Onetti apunta, también, la complejidad que involucra la estructura de las obras de Llosa, sus personajes y sus narradores.
Después de leer “Los Cachorros[2]” y, en especial, el prólogo da la obra firmado por Joaquín Marco y el texto crítico de Julio Ortega, esas cuestiones se quedaran un poco más aclaradas. Eso porque, como afirma Ortega, la narrativa de Vargas Llosa “tiene en si misma sus leyes y necesidades” (p. 135), o sea, no es una narrativa en que sea posible una aplicación de teorías para la confirmación de hipótesis. Cada página, cada capítulo permite una posibilidad de lectura. Eso ocurre porque el literato “reúne, visible o secretamente, varias líneas de creación, varias tendencias que señalan su linaje literario” (Ortega, p. 135). En resumen, no es una lectura (tan) fácil. Frente a eso, dos elementos (me) parecen interesantes de destacar en esta novela: el narrador y el lenguaje.
En la primera línea, en el primer párrafo de “Los Cachorros” el lector se depara con la siguiente problemática: el narrador es tercera y primera persona también.

Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el segundo trampolín de Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces. Ese año, cuando Cuéllar entró al Colegio Champagnat. (Vargas Llosa, s/d, p. 37)

Ortega refiriéndose a esa ocurrencia del narrador, menciona que “el relato está organizado sobre la base de la tercera persona, que mira hacia atrás en la perspectiva del recuerdo actualizado por el dinamismo de la primera persona del plural, instaurada ya en el presente del relato” (p. 143). Según Ortega, tiempo pasado y tiempo presente se unen así en la unión de dos personas en la misma frase, como apunta el fragmento arriba.
Para Ortega, el narrador de “Los Cachorros” es un narrador colectivo, múltiple (p. 143). Eso porque al mismo tiempo en que apoya el relato en el plural narrativo (nosotros), apoya el relato en la tercera persona – es, por eso, un narrador doblemente objetivado. Vargas Llosa, para el crítico, resulta así en un cómplice verbal: “su objetivación en la tercera persona está comprometida de todos modos con el tono de habla del narrador colectivo” (p. 144).
Otro punto interesante en la ficción estudiada es el trabajo con el lenguaje, en especial, el uso de diminutivos. Para Ortega, el uso de estos recursos permite la creación de “una conversación adolescente”, muy coherente para el relato que propuso Vargas Llosa, que habita éste universo.
Sin hacer un análisis lingüístico, sino sólo una observación, lo que ocurre en la obra “Los Cachorros” es una metáfora verbal amplia, como bien observó Ortega. El uso de diminutivos “no sirve solamente para crear intimidad y leve ironía, sino que va más allá” (p. 146), pues, conforme el tiempo del relato avanza, el tono infantil pasa a incomodar el lector. Como observó Ortega, “se trata de una contradicción entre la edad de los personajes y el tono de habla que sigue siendo idéntico, tan andrógino y asexuado como en la infancia” (p. 146). Hay como una infantilidad permanente: aunque adultos, los alumnos del Colegio Champagnat siguieran hablando con el mismo tono. Los diminutivos son, así, una forma de caracterización de los personajes (Ortega, p. 147).
Resta, por fin, mencionar un hecho descripto por Joaquín Marco en el prólogo de “Los Cachorros”. El tema de la obra fue basado en una noticia periodística. Mario Vargas Llosa “leyó que en un pueblo peruano un perro había mordido a un niño de pocos meses, produciéndole la castración” (p. 17). Entre la noticia periodística y el relato de Llosa ha surgido, como apunta Marco, un mundo entero, creación, demonio personal del autor (p. 17).
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
LLOSA, Mario Vargas. “Los Cachorros”. Biblioteca Básica Salvat, s/d.
BROTHERSTON, Gordon. Supervivencia de la ciudad ennegrecida. Juan Carlos Onetti. “Estructuras Sociales – Mario Vargas Llosa”. La irrupción de la novela latinoamericana. Bogotá: Ed. Pluma, 1980.
Ortega, Julio. “Los Cachorros”. La contemplación y la Fiesta. Caracas: Monte Avila, 1984.

[1] Onetti se refiere, en especial, a las obras “Los Jefes”, de 1959, y “La Ciudad y los Perros”, publicada en 1963.
[2] La obra “Los Cachorros” narra la historia de Cuéllar, un chico de clase media, aplicado en los estudios, bueno futbolista, que fue estudiar en el Colégio Champagnat (Perú). Cierto día, después de jugar con sus compañeros de clase, fue bañarse. En el baño, fue atacado por Judas, un perro, que lo castra. Después de lo ocurrido, todo cambia. Cuéllar deja de estudiar como antes, los curas del colegio le permiten todo, pues se sienten culpables por lo ocurrido con el chico, sus amigos pasan a llamarlo por un apodo feo, que, en principio, Cuéllar no aceptó, más que, después, pasó a utilizarlo. En la adolescencia, Cuéllar pasó a tener una conducta insoportable. Sus amigos empezaran a enamorarse de las chicas, pero él, por su problema, no las deseaba. Cierto día, se interesó por Tereza, pero ella se interesó por otro joven. Eso llevó Cuéllar a la perdición, pues fue, poco a poco, se consumiendo hasta que, con todos sus amigos ya casados y con hijos e hijas estudiando en el Champagnat, Cuéllar se murió.

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